El Cartel: experiencias
La pregunta que cada uno se formula en el cartel, se siente en el cuerpo[1]
Gloria Irina Castañeda*
Por el psicoanálisis sabemos muy bien de los efectos que las dinámicas grupales introducen en las instituciones, en la formación de los psicoanalistas y en los dispositivos de estudio de quienes quieran estudiar psicoanálisis. Lacan en el texto del Acto de fundación de su Escuela,[1] el 21 de junio de 1964, expone claramente el funcionamiento del cartel y la lógica que lo separa de la dinámica del grupo. Allí Lacan establece una lógica colectiva diferente para el trabajo de un Cartel, donde el Más-uno aparece desempeñando una función que opera para romper los efectos que procrea la lógica del grupo, porque no es homogéneo a los otros, tampoco superior a los otros participantes del grupo. Más bien, es un líder atenuado, disminuido, barrado, quien se cuida de no operar desde un prestigio de conocimiento el cual engendra -si no se está advertido de ello- un “amor” por su saber y provoca identificaciones.
En la dinámica de los grupos, se trata de la lógica fálica, lógica que apunta al “Uno” pero como “todo”, como totalizador, como algo que cierra. Lógica que puede ser muy útil y necesaria para la mayoría de las agrupaciones humanas, pero que en el caso del psicoanálisis se revela como opuesta a su propia práctica puesto que la eliminación de la dimensión de la falta en el lazo de trabajo esteriliza la transferencia de trabajo. No hay necesidad de ponerse a trabajar en un proyecto de estudio propio si predomina la identificación al amo del saber encarnado por “El Uno” como todo.
En el Cartel, la elección de la pregunta sobre la cual se quiere trabajar no está unificada, ni impartida por alguien desde una posición de saber; no hay “profesores” que la determinan. En el Cartel de Lacan, cada quien tendrá un camino despejado y libre para movilizar su libido y deseo hacia su pregunta particular o tema de interés. Entonces, donde en el grupo está “El Uno” como totalizador, con un rasgo en común eje de una identificación vertical, en el Cartel se sitúa un lazo organizado alrededor de un Otro agujereado que moviliza y traspasa a otros el deseo de saber.
El tema de la transferencia es la columna vertebral que atraviesa el curso de Miller El banquete de los analistas[2]. Allí, Miller nos dice que, en la Escuela, todos están invitados a formar parte de este banquete, pero eso sí, desde su singularidad y desde su transferencia al mismo. Se devela así una orientación política que difiere de la promoción de la política de identificaciones característica de la época contemporánea que cierra la pregunta por el propio deseo. El mutualismo es una vía que cierra u obstruye lo singular de cada uno. Así pues, en la elección de la pregunta que cada uno hace en el cartel, se consiente a renunciar a identidades grupales.
En el Cartel la lógica de “lo Uno” produce transferencia de trabajo que moviliza la libido, no hacia una persona en particular, sino hacia una pregunta, la de cada Uno de los cartelizantes. Ello se entiende porque se establece una relación diferente al saber, desde otro lugar, desde el no saber. Hay algo que no sabemos, que queremos saber y nos reunimos con otros para saber de qué se trata. El asunto es que se comienza pensando que el Otro tiene la respuesta, que el Otro sabe, para, poco a poco, darse cuenta que el saber es en relación al propio inconsciente. Por eso, quien quiera formar parte de un Cartel debe estar advertido que eso que quiere investigar tiene que ver con lo más íntimo de cada Uno; no es porque sí. Uno llega al comienzo sin saber qué quiere saber, pero con el tiempo eso se devela y tiene que ver con la propia modalidad de goce, es decir, con el propio “sinthoma”. Es así que, aunque estemos ahí con otros, hablando aparentemente de lo mismo, para cada uno tiene una singularidad; no es lo mismo para todos. Miller en El ser y el Uno[3], nos dice que Lacan hace un vuelco completo en su enseñanza para decir que el goce es fundamentalmente Uno, prescindiendo de la primacía del Otro del lenguaje, del sentido. Esto quiere decir que “Uno del goce” no es una significación, no es algo que quiera decir algo, sino un “acontecimiento de cuerpo”, un choque entre lalengua y el cuerpo que lo percute, que se incrusta en él, que lo acontece de goce generando una repetición imposible de domesticar. A partir de esa marca vendrán las subsiguientes maneras de conmemorar indefectiblemente esa impronta que no se sabe, ni se piensa; sólo se siente. Uno solo de goce, sin un S2 que le dé sentido, sin algo que le haga pareja. Por eso remite a la diferencia absoluta que es irrepetible: no hay ningún tocayo para “eso se goza”. Así pues, la pregunta que cada uno se formula y se interroga en la apuesta de un trabajo de cartel, se siente en el cuerpo.
[1] Lacan, J. (1964). “Acto de fundación”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 247.
[2] Miller, J.-A., El Banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires,
[3] Miller, J.-A., Curso de la Orientación Lacaniana, “El ser y el Uno, clase 9 de marzo de 2011, inédito.
Producto: ESE DOS, ESE UNO (S2, S1)[0]
Mónica Larrahondo*
En febrero de 2020, se llevó a cabo las II Jornadas de la NELcf-Cali, que tenían por título “Eso se goza”. En aquellas Jornadas, en medio de una conversación política en la que Raquel Cors – invitada en ese momento como AE en ejercicio-, señalaba que el síntoma de la sede no se hallaba tanto en el número de miembros, 2, lo que hacía pensar en una “sede chiquita”, sino en el S2. Dice Raquel: “No más S2 (…) porque el día de mañana puede que no sean 2 miembros, que sean tres (…)”, para finalmente decir “No más S2, es Uno”. La conversación política terminó allí. No se trata del S2 como saber, ni el S2 como sentido; en una Escuela de psicoanálisis se trata de lo Uno. La Escuela, en su intención no se erige como una comunidad de saber, es un enjambre de S1 orientados por una causa.
Al finalizar aquella jornada de trabajo, advino en mí la certidumbre anticipada que iba a ser homologada como miembro de la NELcf y de la AMP. Al día siguiente, el 10 de febrero de 2020, llegó la noticia de mi homologación, y, meses después, la conformación del presente Cartel con quienes habíamos sido homologados en la NELcf ese año. Rápidamente se deconstruyó la idea de ser el “cartel de nuevos miembros”, para ubicar en su eje la pregunta ¿qué es ser Miembro de una Escuela de Psicoanálisis de la orientación lacaniana?
La Escuela de Lacan
Hay lacanianos con Escuela y lacanianos sin Escuela. Para leer a Lacan no hace falta estar en la Escuela, con tener ganas de leerlo es suficiente. Entonces, ¿para qué la Escuela?
La Escuela de Lacan se distingue por conservar un agujero en el saber, cuestionando así cualquier tipo de identificación, y conmoviendo el lugar de amo que puede llegar a tener el saber en quienes proclamamos ser analistas. No hay “El” analista; pero tampoco “El” miembro”, mucho menos “La” Escuela. En su lugar, tenemos el síntoma de cada Uno que no hace relación con Otro; pero que en su cara de invención imprime un estilo singular en el lugar que cada miembro ocupa dentro de la Escuela. Cada Uno con su síntoma, con su estilo y con sus tiempos.
En mi caso particular, podría decir que mi síntoma está articulado a un tiempo paradojal: un correr lento. En la celebración de los 15 años de la NELcf-Cali, a la que había sido invitada como “amiga de la NEL”, me percato que conozco la NELcf-Cali desde sus inicios, cuando aún era estudiante de psicología. El insight que tuve movilizó mi solicitud para ser asociado. De allí en más, y análisis mediante, los tiempos fueron más rápidos, inaugurando un instante de ver la Escuela en la que había elegido estar, y a la que le había confiado mi formación. Desde entonces, la NELcf, y en principio la NELcf-Cali, entró en mi círculo libidinal siendo un objeto de preocupación. Comencé a leer sus (des)arreglos sintomáticos, y cuando uno se percata de ello desde una posición analizante, no hay otra opción que la de hacer algo. Fue allí cuando decidí enviar la solicitud para ser miembro, para poner en juego mi voz, y con ello movilizar aquello que veía congelado.
Los lacanianos, ¿una raza?
En el preámbulo a la entrevista de admisión, sueño con una analista ampliamente conocida en la AMP, ella me indicaba la particularidad de cada Uno de los analistas que veía en mi sueño. Constato que, evidentemente, no hay “El” analista, lo que hay son seres hablantes, algunos de ellos analizantes, que habitan la Escuela con su síntoma.
Miller (2010) hablaba de la “raza de los analistas”[1] haciendo resonar, por un lado, las identificaciones con algunos amos; y en ese sentido “el analista debe ser primero el analizado”[2]. Pero también las razas son efectos de discurso que vehiculizan un modo de gozar.
En la Escuela de Lacan, cada Uno tiene su propio goce, su propio Unheimlich, y este Unheimlich no dialoga con otro Unheimlich. No hay encuentro posible entre los Unheimlich, y aunque haya quienes traten de articular S1-S2, lo cierto es que hay el goce extraño en cada Uno; y Miller (2019) en Causa y Consentimiento nos orienta diciendo que “lo propio de la ética [del psicoanálisis] es reconducirnos de lo familiar a lo extraño”[3], a lo Unheimlich del goce. Esto es lo que caracteriza a la Escuela de Lacan, aspecto que no se encuentra en ninguna otra institución y que resuena en mi posición analizante.
Los lacanianos nos dejamos orientar por la enseñanza de Lacan, significante amo con el cual, paradójicamente, nos identificamos. Sin embargo, estamos hechos de la misma masa de nuestros analizantes, seres hablantes decididos a trabajar su propio Unheimlich. Los lacanianos estamos advertidos que no hay identificación ideal en la medida que el goce siempre juega su partida. Cada Uno está en su cadaunería[4], aspecto que nos permite afirmar que si bien hay raza de analistas, no hay raza de analizantes; y la Escuela de Lacan es, ante todo, una Escuela de analizantes. ¿Para qué la Escuela?, pregunta que supone un continuo trabajo analítico, y cuya respuesta está articulado a la causa de cada Uno. En mi caso particular, la Escuela lejos de ser un espacio de formación epistémica, por el cual alguna vez transité haciendo del S2 un amo, es hoy día el espacio privilegiado donde he articulado mi deseo a la causa analítica. Allí no hay S2, hay Uno. Uno articulado a la causa.
[0] Producto del trabajo del cartel “¿Qué es un Miembro de Escuela?”Más Uno: Raquel Cors. Cartelizantes: Maite Russi, Fabiana Chirino, Susana Sacher, Mónica Patricia Larrahondo. Cartel concluido en Mayo de 2022
* Mónica Larrahondo es Psicoanalista en Cali, Colombia. Miembro de la Nueva Escuela Lacaniana del Campo Freudiano (NELcf) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Directora de la NELcf-Cali (2020-2022).
[1] Miller, J.-A., “Clínica y política”, El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 26.
[2] Ibíd., p. 28.
[3] Miller, J.-A., “Causalidad y libertad”, Causa y consentimiento, Paidós, Buenos Aires, 2019, p.13.
[4] Miller, J.-A., “Racismo”, Extimidad, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 51.